8/01/2006

De vuelta al colegio

Ayer volvieron los escolares a clases. Suerte la de ellos que todavía tienen vacaciones (dijo la picá). Mientras anduvieron recorriendo las calles de Santiago, participé de un par de escenas entre padres e hijas que me recordaron esa"tierna infancia". Tanto así que no puedo dejar de comentarlas, porque al final del día esas escenas se han repetido a lo largo de la historia, lo que las transforma en ritos.

Parto con las mias a modo de ejemplo. Mis vacaciones escolares no ocurrían fuera de Santiago. Como mi padre y madre son profesores, el tiempo era lo que más escaseaba en sus vidas -para que no fueran otras cosas las escasas (me imagino que saben eso de las múltiples jornadas). Así, las vacaciones eran el tiempo privilegiado para hacer todos los trámites que no se hacen en el año: dentista, ortopedista, ortodoncista, dermatólogo (eso con mis hermanos más chicos, en mi tiempo las espinillas se trataban con pasta de dientes no más). Tanta visita a tanto lugar se traducía en pasear todo el día por las calles de Santiago. Había que almorzar afuera, ¡ahí empezaban las vacaciones!

Con mi papá conocí los mejores italianos y completos del mundo, obviamente, los del Dominó. También las mejores pizzas, que se servían en un plato de madera acompañadas de un jugo de máquina. Si te querías limpiar la boca, mejor esperar, porque las servilletas eran de papel roneo. Todo por algo así como $350 pesos en el Ravera. ¿Qué me dicen de los lomitos en la Fuente Alemana? Cualquier cosa del Elkika también era bienvenida. Pero la mejor visita fue al Rápido. Nunca le creí que se pudiera pedir desde la puerta y tener el plato en la mano cuando llegabas al mesón. Y así no más fue.

Pero más que los lugares y la comida, es esa extraña relación que las hijas desarrollamos con nuestros padres la que me recordaron estas escenas de vacaciones. Que no me diga Freud que es enfermedad, o si lo dice, me declaro enferma: mi papá sigue siendo mi superhéroe (tipo comercial de multitienda). Y a estas alturas no por ser el más guapo, ni el más alto, ni el más 'algo'. Simplemente porque me contó historias maravillosas cada vez que ibamos a estos lugares que hacen que hoy Santiago sea un mundo de aventuras para mí. Porque sin saber mucho de cómo relacionarse con el género opuesto en miniatura, supo descubrirse a través de sus lugares y sus historias.

5 Comments:

Blogger JM said...

Pertenzco a la época en la cual las espinillas no se trataban con pasta de diente, pero si reconozco el valor de los completos e italianos del Dominó.
Las pizzas del Ravera. Los churrascos y lomitos de la Fuente Alemana y del Nuria.
Eso si para mi no son recuerdos aún voy a esos bellos y saludables lugares.

2:33 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Y el Da Dino, Ceci. El Da Dino

11:30 p. m.  
Blogger Jorge Enrique Díaz Pérez said...

Te faltó el cine Huelén ¿no? Onda Benji, El Perseguido... Ja! Buenos tiempos aquellos...

Saludos,

2:33 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Me emocionaste cabra. Cómo no si la Emilia tiene 2 y ya me veo en esa.

Un datillo para tu tranquilidad. Freud no pensaba que fuera una enfermedad, e incluso decía que el edipo era fundamental para un aparato mental sano. Sólo que la forma de "resolverse" determina los problemas que nos configuran.

Abrazo,

8:20 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

q lindo....leí lo de Zamba Canuta y claro..a ves los nombre de los blog no dicen nada respecto a su contenido...esa coherencia tuya...no soy niñita, pero mi papi tb me llevaba a comer por ahi en el cetro de stgo..Bandera con Compañia y el Rápido sigue siendo punto de encuentro con el papi...una y una??...sí, de queso y carne...

11:16 a. m.  

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